Esperando por ti

Danzan, danzan sin parar.

Aún, después de tantos años, puedo recordar las llamas danzar sin control, extendiéndose por toda la estructura del que fue una vez mi querido hogar; nuestro querido hogar.
Tú sigues agonizando, gritando y sollozando mi nombre, y eso es lo único que puedo oír; sin importar que intente cubrir mis oídos tus lamentos allí están, como siempre desgarrándome por dentro desde el maldito momento en que creí que lo mejor era salir en busca de ayuda.

Ya no puedo hacer nada, sólo esperar.
No pude detener el fuego en ese entonces, y ahora que me encuentro atrapado, a metros de ti, en el sitio dónde di mi último respiro, no sé cómo mitigar tu pena.

—Sino hubiera salido, estaríamos juntos.

Porque lo supe, incluso antes de que sucediera: perdería la consciencia y moriría por intoxicación causada por el humo.
Así era el final de mi sueño y así fue como ocurrió. Sin embargo, tú, mi hermana pequeña, también falleciste ese día. Algo que en mi premonición jamás ocurría.

Al principio no lo entendía, mamá y papá mucho menos; incluso estoy seguro que comenzaron a tenerme miedo. No los culpo. Tiempo después comprendí que no es normal que un niño sueñe con la muerte de los demás.

Luego de la quinta o sexta cita con la psiquiatra preferí comenzar a callarme, a intentar no despertar llorando a gritos e ignorar lo que veía: comencé a entender la maldición que estaba destinado a sufrir hasta el desenlace de mi existencia. Así me lo impuse y prometí a mí mismo, no importara qué, ni quién, ni cuándo; de esa manera, aquel fatídico día, simplemente les dije a nuestros padres un hasta luego, fingiendo una gran sonrisa.
Siempre pienso que si hubiera abierto la boca todo sería distinto y tú, con cuatro años, no habrías tenido que experimentar aquella dolorosa pérdida.

Nadie nos quería, porque estaban convencidos que yo era el fenómeno y pájaro de mal agüero de la familia. En especial una tía de la que gané su odio con apenas cuatro meses, cuando según la historia, aprendí a caminar de la nada, simplemente para apuntar mejor hacia el sitio donde se encontró sangre del hermano de mi padre; un hombre bonachón y adinerado, que simplemente nunca supo elegir una buena esposa.
Éramos como dos plumas que un ave herida había perdido al remontar el vuelo; extraviados en un frío y seco soplo de viento que parecía no querer permitir que nuestros pies volvieran a sentir la seguridad del suelo.

Cuando todo parecía indicar que seríamos abandonados en un orfanato unos tíos de mamá viajaron desde el país natal de ella para adoptarnos y llevarnos consigo.
Desde ese momento, pasaron a ser nuestros abuelos y su hermosa hacienda en los Alpes suizos se convirtió en nuestro nuevo y amado hogar.
Y luego de casi tres años de una dura y amarga infancia, tú volviste a sonreír y yo también volví a ser feliz. Ni el cambio de continente, de costumbres y de idioma, ni siquiera el saber que este era el sitio que veía al soñar con mi muerte, logró afectar la felicidad de haber llegado aquí.

Mis ojos siempre están mirando hacia dónde estaba la casa, esperando que me veas, esperando verte otra vez.
Quiero verte, ¿dónde estás? Pese a que puedo oírte tan cerca no te muestras ante mí. ¿No quieres? ¿No puedes?
¿Gritar, yo? No puedo. Por alguna razón la única voz que logra salir de mi garganta son susurros débiles y horripilantes para el oído de los vivos.

¿Cómo puedo ayudarte en tu desconsuelo sino puedo hacer nada siquiera con el mío?
Mi labio sólo escapa de este malestar y se arquea un poco siempre que recuerdo que la ubicación de mi fin fue a orillas del estanque que, en vida, fue nuestro lugar favorito.
Amábamos pasar días enteros mirando a los patos nadar, bajo el reparo de un árbol, del que ahora sólo quedan vestigios de su existencia en mi memoria.
Si aceptaras la realidad notarías que ya no hay llamas algunas consumiendo tu cuerpo y también observarías los cambios que el tiempo ha ocasionado en nuestro hogar de ensueño.

Pero no puedes y por ende yo no puedo marcharme.
Así, es como si me encontrase atrapado en una de mis horribles visiones y ésta a su vez se mezclase con el mundo actual. ¡Y cuántas veces deseé que fuera así! Que sólo bastase con despertar para terminar con tanto dolor.

—¿Por qué?

Esa siempre es y será la pregunta que más ronde por mi mente, aún cuando sé que es probable que ya no pueda obtener respuesta alguna y que mis murmullos, junto con tus gritos, sólo han servido para que este lugar sea abandonado.

—Tú no debías morir. ¿Entonces por qué…?